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domingo, 24 de enero de 2010

Se dedican en cuerpo y alma a los enfermos

Los ángeles del Hospital de La Paz



Sor Martina lleva 36 años en Haití, conoce sus secretos y la idiosincrasia de un pueblo distinto y complejo. Su miseria crónica, sus raíces, su independencia pionera, su lengua, sus horizontes plagados de nubarrones, sus tragedias y catástrofes, han forjado una identidad nacional que la hermana Sor Martina Romero, natural de Teruel, respeta y comprende.

Habla el créole pero no le haría falta para entenderse con los haitianos, a veces recelosos de los extranjeros de piel blanca, porque su mirada profunda, sus maneras afables, la bondad que respira por todos los poros conquistan en instantes la confianza de sus interlocutores.

Desde que tembló la tierra, ni ella ni sus compañeras de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, casi todas enfermeras, no han parado un momento. Hace ya una semana que se dedican en cuerpo y alma a los enfermos del Hospital de La Paz, el asignado al personal médico que viajó de España, junto a chilenos, cubanos y colombianos, para tratar a cientos de heridos del sismo.

"Nos iremos pronto de aquí porque ya hay suficientes médicos y enfermeras y nos necesitarán más en otro lugar", comenta sor Rosa María, andaluza. No quieren perder el tiempo cuando son conscientes de que en las plazas y parques, refugio de los sobrevivientes más pobres, se agolpan las necesidades.

Raparte besos y abrazos a los enfermos, consigue cualquier cosa que necesiten los médicos, consuela a las gentes que se le acercan con sus desgracias, cura heridas, salva almas.

"Las hermanas son ángeles que resuelven todos los problemas", afirma Fernando Prados, del Samur madrileño. "Les pedí un trajecito para una niña, no sé cómo hicieron si recortaron una bandera y le dieron dos puntadas, pero ya tuvimos vestido".

Y puede ser una prenda como medicinas, como buscar la madre de un niño herido que llegó solo, como comida. "Llegó una niña desamparadas, con gusanos en la herida de la boca. Cuando se los quitamos y conseguimos entenderle algo, nos dio su nombre y dónde vivía y fuimos a recoger a la mamá", recuerda la hermana Rosa María.

Una vez de alta, a la calle
Como les preocupa la suerte de los enfermos que dan de alta y los mandan para su casa que es tanto como decir a la calle, ya se pusieron manos a la obra para conseguir un recinto donde vayan a parar y queden al cuidado de ellas. "Las hermanas de Gonaives vienen a echar una mano porque allí no hubo terremoto", explica sor Rosa María.

La provincial de la orden, Sor María Teresa Tapia, reacia, como las demás, a contar lo que hacen para restar importancia a su extraordinaria labor, que se financia de donaciones, rememora que llegaron a Haití el 7 de enero de 1973 veinte monjas para entregarse a los más necesitados.

Ya tienen casas en Cité Soleil, en La Plaine, Gonaives, Pavar y La Periere pero el número de hermanas españolas descendió a seis porque unas murieron y las vocaciones en nuestro país bajaron. "Este país sufre una miseria indescriptible, pero saldrá adelante".

Ponen su grano de arena en el océano de carencias que padecen los haitianos, pero alguien, le pregunto a una hermana, podría decir que no se nota, que debe ser frustrante darlo todo y ver que nada avanza. Porque Haití, para el ojo extranjero racional, es una nación inviable y sin remedio, incluso antes del terremoto.

"Nunca perdemos la esperanza de ver un país mejor, de que la gente alivie sus desgracias", responde una de las hermanas, que, al igual que sus compañeras, cuando la atención internacional se haya enfocado para otro rincón del mundo y mengüen los fondos, seguirán al pie del cañón.


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