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domingo, 25 de abril de 2010

“Si no miras el mundo con alegría, ¿qué te queda?”



Pilar Pascual Mendívil ya lo puede contar a la cara. Esta religiosa de 65 años, que vivió en Puerto Príncipe, capital de Haití, el terremoto del pasado 12 de enero, llegó el miércoles por la noche a Falces, su localidad natal. Allí la esperaba su hermana Mari Cruz, que no pudo evitar emocionarse. Era la primera vez que se abrazaban después de que, en enero, Sor Pilar tardara tres días en poder llamar por teléfono y decirle que se encontraba bien tras el seísmo. “Qué disgusto tuve cuando se pasaban las horas y no sabía nada de ella”, reconoce su hermana.

La religiosa, Hija de la Caridad, dedica su vida misionera a atender a unos 300 pacientes diarios en un dispensario médico en el barrio de María Magdalena, en la capital haitiana. Lleva 33 años allí y es la única misionera navarra en este país. Tras tres meses de intenso trabajo con las víctimas del terremoto, permanecerá en España hasta el próximo 20 de mayo. Entre sus planes para este tiempo están los de “disfrutar de la familia, acudir a alguna visita médica, y ejercicios espirituales”.





Su secreto: el “ácido viejúrico”

Sor Pilar siente desde niña una vocación irrenunciable: no puede ver a alguien a su lado pasándolo mal. “Desde chiquita me desvivía por los niños que se caían. Había quien se reía, pues yo no podía superarlo. Iba donde él y trataba de curarlo. Lo mismo con los ancianos”. Por eso se hizo monja. Y enfermera. Encontró la felicidad en su labor de misionera, de la que no se cansa. “Me levanto siempre muy alegre, con ganas de hacer muchas cosas. Pero vaya, sí, la edad se va notando. A veces, por las tardes, noto las piernas un poco cargadas”, asegura. Ya ha cumplido los 65, pero no tiene ninguna intención de “retirarse”. “No sé, yo les digo a mis hermanas allí en Haití que mi secreto es el ácido viejúrico”, ríe. Algo especial debe de ser. Todos lo “detectan”. Durante sus años de trabajo en Cité Soleil, la barriada más pobre y marginal de Puerto Príncipe, imponía respeto. “Me trataban bien. Lo pienso ahora cuando recuerdo que los únicos coches que entraban en el barrio eran los tanques blindados de la ONU, los que robaban los mafiosos y mi furgoneta. Hacía siete viajes diarios con ella, entrando y saliendo de Cité Soleil a por comida”. La suya no le parece una historia excepcional. “Hay mucha gente buena. Los voluntarios que han venido estas semanas a Haití desde todo el mundo, por ejemplo. Son un estímulo para seguir entregándote”.




Candidata al Príncipe de Viana

Con cierta sorpresa, Pilar Pascual ha sabido, a su llegada a Navarra, que su nombre ha sido presentado como uno de los candidatos a recibir el Premio Príncipe de Viana a la Solidaridad. El Ayuntamiento de Falces, su localidad, fue la entidad que avaló su candidatura. Sustituye al anterior Premio Internacional “Navarra” a la Solidaridad y, organizado en colaboración con Caja Laboral, está dotado con 40.000 euros. Sor Pilar concurre junto a otros 8 candidatos. “Eso me han dicho, que me han metido ahí”, admite. El jurado hará público su fallo el próximo miércoles, día 21. “Si me lo dieran, me alegraría, pero sobre todo sería un empujón de esperanza para los pobres. Ellos son quienes realmente necesitan de nuestra atención”. Después de la respuesta solidaria de los navarros, Pilar Pascual tiene un mensaje con el que corresponder: “Gracias por saber compartir en estos tiempos de crisis, difíciles aquí también”.

Parece irreal que esta religiosa haya visto morir a personas en sus brazos. “La felicidad da energía; es la miseria la que engendra todo”, indica Sor Pilar, que a las 24 horas de llegar, ya piensa en volver. “Hay tanta necesidad allí…” - Sor Pilar, de 65 años, estará en España hasta el 20 de mayo, cuando volverá a Puerto Príncipe - Atiende un dispensario médico de la Congregación de las Hijas de la Caridad por el que pasan unos 300 pacientes al día
Tiene la piel curtida por el sol. “Es que ahora atendemos en tiendas de campaña, la gente no quiere entrar en edificios y, allí en la calle, te pega de lleno”. La mirada, enturbiada por las vivencias. “Hemos visto cosas tremendas. La primera noche atendimos enfermos sin parar. Sin parar. Una vez vi a una de las hermanas cosiendo a un niño. Ella se caía de sueño. Le dije que lo dejara. Estaba muerto… Estaba cosiendo a un niño muerto…”.



Tiene también tiempo para todos los que ahora en su pueblo, donde ha venido a descansar un mes, la reclaman. “Tengo la casa llena de visitas. Entre los que se pasan y los que llaman por teléfono”, interviene Mari Cruz, la hermana de esta religiosa. Y, por supuesto, una gran sonrisa. “Es que si no miras el mundo con alegría, ¿qué te queda?”, dice ella, la protagonista, encogiéndose de hombros.

Pilar Pascual Mendívil (Falces, 30 de septiembre de 1944), Sor Pilar, como la llaman en Haití desde los “chiquillos” hasta los “bandidos”, descansa en su pueblo desde el pasado martes por la noche. Su congregación, la de las Hijas de la Caridad, le ha recomendado que pase algo de tiempo en casa para que descanse y desconecte. Hace tres meses, sobrevivía milagrosamente al terremoto que asoló Haití. El seísmo, de 7,1 grados Ritcher, dejó cifras oficiales de 214.000 muertos.

Todo el mundo le estará preguntando por su experiencia del terremoto…

Y sólo duró quince minutos. Fueron eternos, eso sí. Porque la tierra tembló con un vigor impresionante. Se estremeció todo y se mezcló todo. Eran las cinco menos cuarto de la mañana. En diez minutos, nos dio tiempo a temer por nosotras, en lo que podría haber pasado si el depósito de agua que cayó hacia un lado, cae hacia el otro y nos aplasta.


Yo le di gracias al Salvador (patrón de Falces) y poco más. A las cinco en punto de la mañana nos llegaba el primer enfermo al dispensario…

Fueron para ustedes jornadas de intenso trabajo, de atención a los heridos, de restablecer el orden… Tardó tres días en llamar a casa, a España, para decir que estaba usted bien.

Disculpadme, perdí la noción del tiempo. Yo no sé cómo el Señor nos dio fuerzas pero estuvimos 3 días y 3 noches sin dormir, trabajando, atendiendo víctimas. Se nos murieron siete personas en las manos… Fue una tragedia increíble.




Navarra sintió “tocada” su fibra solidaria con ese desastre y, en plena crisis económica, las cifras de donativos superaron el millón de euros. ¿Lo han notado ustedes allí?

Sí, aunque ahora al llegar aquí me ha sorprendido la reacción que se generó en la gente. No me imaginaba que hubiera habido tanta preocupación… Pero quiero decir una cosa, para la reconstrucción no sólo ha sido clave la ayuda humanitaria. Ha sido muy importante, puede que más, el apoyo moral que nos han enviado todos ustedes.

¿Les ha servido el dinero para la reconstrucción de su centro médico?

Bueno, directamente nos han llegado algunos miles de euros, pero el resto está todavía en el banco. Todavía no ha pasado demasiado tiempo como para intentar reconstruir las infraestructuras: la gente tiene miedo, no acude a los edificios. Nosotras atendemos a nuestros enfermos en tiendas de campaña, en la calle. Los colegios, que han vuelto a impartir clase, también lo hacen al aire libre…. El dinero que nos ha llegado lo hemos invertido en la prioridad ahora: alimentos.

¿Los haitianos pasan hambre?

Sí. Hay escasez de comida. Estamos acostumbrados a comer tres veces al día, ¿no? Pues allí hay mucha gente que se pasa dos días sin probar bocado. Nosotras, en el dispensario, damos una bolsita de comida a todas las personas que pasan visita médica. Contiene arroz, alubias, macarrones, latas de carne… Repartimos unas 300 diarias. También damos alimento a quien nos lo pide. ¿Cómo no vamos a compadecer a una madre que viene desesperada, con sus hijos llorando porque no tienen qué llevarse a la boca? Eso es Haití. Como yo les digo, a vivir del hoy.

¿Hay ricos en Haití?

Sí, aunque la inmensa mayoría son pobres. Pero de una pobreza que más que pobreza es miseria. Los ricos, existen, y son riquísmos. Viven, como decimos allí, en el monte, como si no tocaran el mismo suelo. Aunque ahora, esto del terremoto les ha igualado a todos. Todos han sufrido en la desgracia… Les ha igualado

Usted trabajó durante años en Cité Soleil, una de las barriadas más conflictivas de Puerto Príncipe. ¿No se cansa de luchar contra la desesperación?

No es cuestión de cansancio. Es de hacer lo que hay que hacer. Te sale espontáneo. Además, a nosotras nos tratan muy bien. Nos respetan. ¿Cómo nos vamos a ir si nos dicen que somos su esperanza? En el barrio de Cité Soleil, los bandidos, como yo digo, nos advertían, para que no nos pasara nada: “Hermanas, entren en casa. Va a empezar el tiroteo”.


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