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miércoles, 5 de enero de 2011

HACER SITIO AL NIÑO DIOS


El nacimiento de Jesús, en un establo, tiene que ver con una puerta cerrada, con la ciudad llena, con la falta de hospitalidad o de atención de un pueblo, o con la compasión de quien finalmente les deja un techo donde cobijarse.

Es una historia de cara y cruz, de luz y sombra, donde unos se asoman al milagro, y otros ni se dan cuenta de lo que ocurre. Y así sigue siendo la Navidad, un tiempo de contrastes, de posibilidades y de oportunidad



1. No tenían sitio en la posada

“Lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc 2,7)


Así que los que estaban bien guarecidos, bien refugiados, siguieron durmiendo a pierna suelta, y no se enteraron de que, allí, a pocos metros, un niño nacía.
No descubrieron algo admirable en un niño acostado en un pesebre, porque ni siquiera lo vieron. Y eso es, a veces, lo que asusta un poco.

Señor. No quisiera no enterarme de lo que ocurre. No quisiera vivir tan absorto en mi historia, mis preocupaciones y compromisos, mis urgencias e intereses, que pierda la capacidad de estar atento… porque tú pasas, sigues pasando, y viniendo, a nuestras vidas. Así que mantenme los ojos abiertos, los oídos atentos, y el corazón sediento. De ti, de tu evangelio, de la buena noticia…

¿Hay sitio para Dios en mi vida?

2. Tenían sitio en su vida

“Fueron aprisa, y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 16)

Los pastores, y los magos, y quizás algún que otro caminante despistado. Los que se echaron al camino, o estaban fuera, y por eso mismo fueron capaces de reconocer a uno de los suyos. Los que no tenían nada que perder, y mucho que esperar. Los que supieron escuchar. Los que dejaron que el amor les guiara. Los que creyeron en las promesas.

Señor, lo curioso es que, aún hoy, en navidad, uno escucha muchos anuncios, homilías, palabras que hablan de Ti y de tu buena noticia. Se canta. Se reza. Se repite. Pero a veces no cala. Así que esta navidad te pido estar atento a esos anuncios. Aprender a escucharlos como por vez primera. Descubrir su hondura, y su sentido. Te pido que me enciendas los ojos, que me abras las manos, y que me enseñes el camino para llegar al portal donde tú me esperas, acostado en el pesebre.

¿Dónde estoy buscando a Dios hoy?

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