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jueves, 21 de abril de 2011

CARTAS A DIOS


Entrevista a Éric-Emmanuel Schmitt
El célebre filósofo y escritor francés, que debutó como director con Odette, una comedia sobre la felicidad, regresa al cine con Cartas a Dios, una propuesta optimista que ayuda a aceptar la enfermedad, el sufrimiento y la muerte como trances tan normales como inherentes a la condición humana. La religión, el amor, la felicidad o la reflexión sobre la existencia de Dios son temas recurrentes en la dilatada obra de este autor que se define a sí mismo como un filósofo de mirada humanista y que, después de beber del ateísmo, el agnosticismo y los textos de las distintas religiones, se descubrió cristiano. Larissa I. López, colaboradora de CinemaNet, tuvo el placer de entrevistar a este magnífico director con motivo de la premiére de Cartas a Dios.




Cartas a Dios es una adaptación de su libro Oscar y Mamie Rose ¿Qué ha aportado el medio cinematográfico a la obra, al mensaje de la historia?

Eric-Emmanuel Schmitt: La novela está planteada como unas cartas del niño en las que él cuenta su vida. En ellas aparecen escasos rasgos de Rose, únicamente el efecto beneficioso que tiene esta señora vestida de rosa en su vida. En la adaptación, en cambio, se puede seguir la trama de los dos personajes y la película me ha permitido contar algo que no estaba en el libro: el destino de la vida de Rose. Se muestra así como una mujer como cualquiera de nosotros -estresada, furiosa, que solo piensa en sus propios problemas, que no cree en sí misma, que se tiene en muy mal concepto- encuentra tiempo para ir a un hospital, para hablar con un niño que está enfermo e influir en su vida. Y gracias al cine también he podido contar una historia de amor entre un niño de 10 años y una mujer de 50. El encuentro provoca que ambas vidas se vean alteradas positivamente. La pequeña existencia de Oscar se enriquece gracias a la imaginación y a la sinceridad de Rose; y junto a Oscar, Rose, descubre en sí misma a ese ser extraordinario que desconocía por completo.

La historia habla sobre el sufrimiento y la muerte, grandes cuestiones que generan interrogantes e incertidumbres en la vida de todo ser humano. Y, precisamente, uno de los valores de la película es la valentía con la que se afronta la temática a la vez que se aportan interesantes respuestas:

Soy un poco como los niños de mis películas. Esos niños hacen muchísimas preguntas y quieren hablar de muchos temas. No son como los adultos, que después de un cierto número de años de vida prefieren esconderse hipócritamente en el silencio, y creo que el silencio es algo muy negativo porque genera angustias.

En Cartas a Dios los personajes de los padres y los médicos tienen miedo de hablar con el niño sobre la muerte y el dolor y parecen representar la falta de respuestas en la sociedad. ¿Cree que el nihilismo imperante es el principal obstáculo para que las personas encuentren respuestas humanas a misterios que son –valga la redundancia- inherentemente humanos?

Creo que estamos viviendo un periodo bastante estúpido, pensamos que la vida se puede prolongar indefinidamente, que seremos siempre jóvenes, que podremos vencer a la muerte. Nuestra época vive la ilusión engañosa de que la vida se alarga, de que quizá venceremos a la muerte, y parece que enfermar o morir sean accidentes, pero es importante no considerarlos como tales, sino como algo normal. En la época en la que vivimos quizás son los adultos los que están menos armados para comprender estos elementos como una parte más de la condición humana.

¿Está de acuerdo entonces con la idea de que ante cuestiones tan duras como la enfermedad de un niño terminal como Oscar, la religión, en este caso la cristiana, es una respuesta esencialmente humana que aporta el sentido a este trance?

No puedo afirmar que la religión sea una certeza, pero creo que sienta bien, que ayuda bien. Puede que la religión sea concebida, recibida para ayudar a atravesar la existencia, para dar un sentido a lo que nos ocurre, al nacimiento, a la muerte, a la enfermedad, al amor… Es necesario respetar la espiritualidad que nos ofrece la trascendencia, porque si pensamos que la vida es sólo una agitación de moléculas, algo accidental, algo puramente material, no hay ningún valor fundamental que ayude a abordar todos los aspectos de la existencia. Lo esencial es mantenerse fiel a unos valores como los judeo-cristianos. Se puede ser ateo, no tener fe, pero usar esos resortes para afrontar la vida, ya que sin ellos la soportaríamos más que vivirla. Creo definitivamente que la religión puede ayudar a intensificar la vida, y a atravesar esos momentos dolorosos.

A Oscar le ayuda mandar cartas a Dios, le sienta bien, aunque no crea en Él. Es un personaje hecho por adultos y escribir esos mensajes le ayudan a vaciarse un poco de furia, de cólera, de distinguir lo que es esencial; le hace más reflexivo, más altruista. Esta meditación le beneficia, aunque Dios no exista, a él le viene bien.

Hay una frase del poeta Víctor Hugo que dice ‘Dios está por hacer’, es decir, que somos nosotros los que tenemos que fabricar, que construir ese Dios. Aunque Dios fuera sólo lo mejor del hombre, a mí ya me parece bastante. Yo creo que es algo más, pero aunque exclusivamente fuera ese mínimo, yo creo que habría que hacer a Dios con urgencia.

En contraposición al papel de los padres está el de Rose, un personaje muy humano que es capaz de ser honesta con el niño y además aporta un mensaje eminentemente espiritual, profundo. Me gustaría saber si se inspiró en alguien para construir un temperamento tan redondo…

Para crear el personaje de Rose me inspiré en una persona que conozco, en una amiga que va todos los miércoles al Hospital Necker de París a jugar con niños que están convalecientes o esperando tratamiento. Le acompañé en varias ocasiones y es verdad que me infundió rasgos del personaje. Como Rose, se trata de una persona extremadamente generosa, y al mismo tiempo muy atípica, muy fantasiosa, ni social ni políticamente correcta, una personalidad riquísima.

Fue difícil rodar las escenas entre Rose y Oscar por su fuerte carga emocional?

En el plató todos estábamos realmente conmovidos, no sólo por la historia que estábamos contando sino por lo correcto y preciso que Amir era. A veces incluso se nos olvidaba que estábamos haciendo cine y sentíamos una intensa emoción. Fueron unas escenas tremendas las que se rodaron con el niño, tanto es así que el veterano Max von Sydow (el Dr. Düsseldorf) y Michèlle Laroque (Rose) tenían que irse a sus camerinos a recuperarse: ella a llorar, porque es mucho más sensible que lo que representa en el papel de Rose; y él a hablar con su mujer, a hacer algo que le sacara un poco de la historia.

El reparto de la película es inmejorable, pero sobre todo destacaría la frescura y la vez la madurez del niño, de Oscar. ¿Cómo encontró a Amir, y cómo se enfrentó un niño a un tema tan arduo por representar?

Mientras estaba preparando la película, pensaba: “¿habrá nacido el niño que pueda interpretar a Oscar?”. Tenía mis dudas, y me prometí que si no encontraba al niño ideal que pudiera interpretar a Oscar no la rodaría. Yo buscaba un alma, no un físico y en Amir observé el espíritu de Oscar: esa inteligencia, suavidad, amabilidad, dulzura y fragilidad del personaje. Además, el niño era un gran actor. Todo el plató estaba enamorado de él. Amir era tan increíble que Michèle Laroque, la actriz que interpreta a Rose, le contaba sus propias experiencias sentimentales para que el chico le diera algún consejo. Era un niño que tenía la pureza e ingenuidad propias de la infancia y a la misma vez una mirada en la que se percibían más de 1.000 años de sabiduría. Nunca le tuve que explicar nada, ni un sentimiento ni una situación, estaba enamorado de la historia y se identificaba totalmente con Óscar.

Por último, la película contiene varias escenas en las que se potencia la imaginación de Oscar, como un medio para amar la vida a pesar de todo ¿Le ayudaron estos extractos a conectar con el mundo infantil y a plasmarlo en la película?

Por fin he podido tener 10 años haciendo esta película, antes de que sea demasiado tarde. Como en el juego que Rose plantea a Oscar en la película, conservo todas mis edades en el fondo de mi corazón, ninguna de ellas ha desaparecido. Entonces, cuando había que rodar esas escenas de la lucha libre, aparecía el niño de 10 años que hay en mí, cogía la cámara, dirigía a todo el mundo y sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Creo que fue el momento más feliz del rodaje.


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